Una noticia publicada
en Eroski Consumer nos habla de las contraposiciones de consumir excesiva fructosa
en nuestra dieta. Y es que se ha demostrado que el consumo excesivo de esta es
contraproducente para nuestra salud.
La fructosa se
localiza de forma natural en las frutas y en el sirope de maíz, que en un 55%
es fructosa y que se emplea sobre todo como ingrediente edulcorante en
alimentos procesados (bebidas azucaradas, bollería, cereales del desayuno o
galletas, entre otros). Hace unas décadas, la fructosa estaba presente en la
dieta de forma muy minoritaria, ya que solo procedía del consumo de fruta y de
algunas hortalizas. En Estados Unidos, a principios del siglo XX se consumía
una media de 15 g/día de este azúcar. Hoy en día, esta cantidad se ha
multiplicado por cuatro o cinco, debido a su omnipresencia en productos
endulzados con fructosa. Algunos estudios indican que alrededor del 10% de la
ingesta energética diaria proviene de la fructosa.
El daño hepático
y coronario que causaría un consumo excesivo de fructosa se explica por la
manera en que se metaboliza en el organismo, según ha publicado la Escuela de
Medicina de Harvard. Las células del hígado son las únicas capaces de
metabolizar la fructosa. Como consecuencia de este proceso, se sintetiza grasa,
que se puede acumular en este órgano hasta llegar a formar el denominado
"hígado graso no alcohólico". Se calcula que alrededor del 30% de los
adultos de países ricos están afectados por este trastorno. Esta cifra alcanza
entre el 70% y el 90% en personas que sufren obesidad o diabetes.
Esta enfermedad
hepática puede discurrir sin síntomas ni complicaciones, aunque en ocasiones la
grasa acumulada puede causar inflamación y fibrosis en dicho órgano y
comprometer, en estados avanzados, su normal funcionamiento. La buena noticia
es que el hígado graso no alcohólico, sobre todo en los estados iniciales, es
reversible. La disminución del consumo de azúcares sencillos (azúcar de mesa,
ya sea blanco o moreno, miel, pasteles, bollería o bebidas azucaradas, entre
otros) y, en especial, de fructosa, sería beneficioso para la prevención de
este trastorno y también para su tratamiento.
Efectos del exceso de fructosa
El metabolismo
hepático de la fructosa tiene efectos más allá de los descritos. Hay evidencias
que sugieren que seguir una dieta alta en azúcares simples, en especial de
fructosa, provoca cambios poco saludables en los niveles de lípidos en sangre.
Cuando la ingesta de estos azúcares es excesiva, algo habitual, aumentan los
triglicéridos y el colesterol LDL (el "malo") en sangre. Pero esto no
es todo, porque también facilita la acumulación de grasa alrededor de vísceras
como el corazón e incrementa la presión arterial, razones que explican el
aumento del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares.
Estudios
epidemiológicos recientes evidencian la relación entre ingestas elevadas de
fructosa con una mayor probabilidad de desarrollar enfermedades coronarias y de
mortalidad por esta causa.
Recomendaciones dietéticas
A la espera de
más estudios clínicos que diluciden las causas concretas de estos hallazgos,
parece sensato recomendar una disminución del consumo de azúcares simples y, en
especial, de fructosa. Eso sí, no a costa de fruta fresca, que aporta múltiples
beneficios nutricionales y supone una fuente poco importante de fructosa.
Conviene recordar que los alimentos que más contribuyen a su ingesta son los
productos dulces procesados.
Los mismos
consejos que da la Asociación Americana del Corazón para evitar la ganancia de
peso corporal y la alteración de los perfiles lipídicos sanguíneos son válidos
para proteger el hígado y las arterias de los daños de la fructosa: limitar las
bebidas azucaradas, pasteles y bollería, postres dulces, galletas y la mayoría
de cereales del desayuno, entre otros.
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